En los primeros meses de este año, Amnistía Internacional denunciaba en un informe que la ‘ley de propaganda’ de Hungría, aprobada en 2021, está fomentando el aumento de la estigmatización y los estereotipos negativos de las personas LGTBI al prohibir la representación de las orientaciones sexuales diversas y las identidades de género en la educación pública, los medios de comunicación o la publicidad.
El efecto intimidatorio que ha tenido esta ley del ultra Viktor Orbán es uno de los ejemplos más claros que tenemos en Europa para entender lo débil que es la línea que separa la conquista de un derecho y su derogación. Y ahí está la extrema derecha para recordárnoslo, no solo en Hungría, sino también en Italia o aquí mismo en España, donde Vox percute a diario contra el colectivo LGTBI. Esta misma semana un diputado de ese partido se burlaba del teléfono 028, que atiende denuncias por discriminación o delitos de odio.
En estos ataques a la diversidad, los de Abascal no caminan solos. La rama ultra del Partido Popular, la que representa Díaz Ayuso, ha modificado las leyes LGTBI y Trans de la Comunidad de Madrid, provocando la derogación efectiva de los principales preceptos de estas normas y el primer recorte de derechos LGTBI en la historia democrática de nuestro país.
Los populares, bien por su propia voluntad o por verse arrastrados por el marco ideológico impuesto por Vox, están aplicando la agenda ideológica de la ultraderecha en ayuntamientos y comunidades autónomas donde gobiernan con el silencio cómplice de Feijóo, que cierra los ojos a una diversidad que nos hace más libres, mejores personas y nos acerca a la igualdad plena de derechos y oportunidades.
En contraste a todo esto, el apoyo y defensa del Gobierno de Pedro Sánchez al colectivo nos ha llevado, por segundo año consecutivo, a situarnos en la vanguardia de las sociedades europeas comprometidas con los derechos de las personas LGTBI+, tal y como se recordaba en el último Consejo de Ministros. En los tiempos que corren, tenemos el deber como sociedad de reivindicar más Orgullo y desarrollar plenamente el papel de una educación inclusiva en valores como la mejor herramienta -si no la única- de erradicar la discriminación y los discursos de odio que siguen circulando entre nosotros como un virus al que solo la vacuna de la cultura y el conocimiento puede detener. Esta es la gran asignatura que tiene aún pendiente nuestra sociedad y una de las piedras angulares sobre las que deben girar todos nuestros esfuerzos
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