La elegante sobriedad de ‘Exiliadas’ subraya el dolor visceral del destierro en una brillante producción de La Confluencia

La elegante sobriedad de ‘Exiliadas’ subraya el dolor visceral del destierro en una brillante producción de La Confluencia

Con el inconfundible sello del colectivo escénico La Confluencia, en lo que supone la integración perfecta entre el desarrollo actoral, la danza y la música, el Teatro Apolo recibió anoche la representación de la obra ‘Exiliadas’, en lo que supuso la puesta de largo de la programación del ‘Otoño Cultural’ puesto en marcha por el Área de Cultura, Tradiciones y Fiestas Mayores del Ayuntamiento de Almería.

Un nuevo espectáculo estrenado en la pasada primavera y que recorre con elegante sobriedad parte de las biografías de tres mujeres fuertes, convertidas en ejemplo de superación, trabajo y lucha, como Clara Campoamor, María Teresa León y María Zambrano.

Con cierto recogimiento por el excelente trabajo del elenco, en ‘Exiliadas’ se contempla, casi se palpa, un retrato que entre la belleza, la lírica y la poesía, traslada el dolor visceral del exilio, tanto exterior como interior, el geográfico y el ideológico. Con rigurosidad en las formas en el caso de la vida pública y política de Clara Campoamor, con la fiereza del amor al arte en el caso de María Teresa León y con el desgarro poético en el tercio que abordó la parte de María Zambrano.

Eva López fue la encargada de personalizar a las tres protagonistas, mientras que Leticia Valle y Keka Manzano ofrecían la plasticidad de la expresión corporal más pasional en algunos pasajes realmente brillantes, hasta desembocar en un final coral donde rompen los corsés de la memoria al derribar la pantalla que las contenían.

Mención especial para la música en directo de Mar Bernal al piano, con unas brillantes escalas cromáticas que reforzaban la intensidad de lo narrado, y Chencho Nzo en percusiones y múltiples aderezos cuidados al extremo, todo ello con dramaturgia de Ascensión Rodríguez y la colaboración de Juanma Cidrón.

La tensión de la determinación por el sufragio universal y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres de Clara Campoamor (brillante momento cómico en la conversación frente a una mujer recatada en el andén de una estación), la “enfermedad incurable del escribir” de María Teresa León, “no distingo entre vivir y escribir” y esa exaltación a la viveza del idioma en Suramérica, “lleno de aderezos lingüísticos”, y la recreación de la fragilidad del regreso en senectud de María Zambrano, con bella parada en la tumba de Antonio Machado dieron vida a los instantes más emocionantes de una obra que, en un Apolo que casi colgó el cartel de ‘entradas agotadas’, recibió una ovación de más de dos minutos.

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